Daniel Ríos: para recordarlo con una sonrisa

Por Diego Sebastián Maga

En octubre de 2012 Daniel Ríos estrenó “El Secreto de Crista” y demostró que si él lo quería también era capaz de captar la atención del público desde el drama: “Él es un autor muy singular: puede arriesgarse a meter en una misma historia drama, intriga y cierta comicidad sin perder la coherencia”, dijo por aquel entonces una de sus protagonistas, la actriz Beatriz Vittete. Fue justamente en la última década cuando Ríos se consolidó como uno de los grandes emprendedores, intuitivos y optimistas del teatro maragato. Llegó un punto en que bastaba con que el público supiera que un espectáculo era escrito y dirigido por él para que no dudara en ir al Macció y pagara una entrada; una de las tantas razones para que San José no olvide al actor, director y autor que murió el pasado lunes.

Sus últimos diez años fueron muy prolíficos: llegó a participar (en diferentes roles) de dos y hasta tres obras por año y hasta tuvo su propio programa de TV (“Locos por la cámara”). Además de ganarse un lugar como fotógrafo social y ser todo un personaje popular, Daniel Ríos fue -como actor, director y autor- artífice de numerosos y taquilleros espectáculos teatrales.

Años de comedia

En 2011 convocó a 600 espectadores al estrenar en el Macció “La Pensión de Don Genaro”. Luego del éxito de la comedia sobre este conventillo y sus delirantes vecinos llegó una secuela que consiguió idéntica repercusión y agotó varias funciones en 2012. Tras esas dos intensas temporadas, en 2013 emprendió una gira por salas de Florida, Colonia, Flores y Canelones. En medio de todo esto también se animó al teatro infantil, siendo protagonista de la saga “Pijama Party” durante ocho temporadas y de unos cuantos videoclips musicales.

Retornando a sus emprendimientos, en 2014 -con su grupo “Máscaras”- llevó a las tablas otra clásica historia de humor y enredos: “El finadito… un santo”. En más de una ocasión declaró -en estas páginas- que jamás buscó ser pretencioso al escribir. Y desde luego, siempre confesó su inclinación por la comedia: un espacio creativo donde se sentía cómodo y encontraba las mejores herramientas para llegar al público y ganarse su risa y corazón: “cuando escribo trato que las obras sean entendibles. Que puedan ser comprendidas por grandes y chicos. Prefiero que la historia no sea complicada o para un público selecto. Y siempre apuesto a la risa. Me encanta hacer reír. Si bien me gusta el drama –generalmente- me gusta más buscar la risa y en ese punto se parecen mis obras. No es algo planeado, me sale así. Y la gente espera un poco eso de mí.”

Si bien para Daniel nunca fue un dilema repetir fórmulas ni insistir con la comicidad, lo que nunca fue negociable es el grado de compromiso que debían tener los actores para ensayar. Su alto grado de exigencia fue algo que hizo sentir a los elencos que dirigió: “¡Como director soy insoportable! Me considero extremadamente exigente. A veces cuando dirijo me río de mí porque pretendo la perfección y no existe. Pretendo sacar lo mejor del actor y cuando ensayamos tengo claro que el producto sale o sale. Intento que el elenco se luzca porque si es así yo también me luzco. Si los actores hicieran un desastre en escena significa que lo mío tampoco está funcionando.”

Años de revista

En un país donde muchos “proyectan” pero no tantos tienen el atrevimiento y la tenacidad de “hacer”, hay que celebrar su capacidad de concretar proyectos por más ambiciosos que fueran. Allá por 2015, y ya con 60 años, Daniel no frenó en sus anhelos e inició otro ciclo de gran resonancia popular cuando se le ocurrió –sin escatimar esfuerzo e inversión- incursionar en el género “revisteril”. Ríos creó la primera revista local y la hizo debutar con dos funciones en diciembre de ese año con más de 30 artistas en escena. En 2016 “Maragatísima” regresó con otro doblete. Con especial acento en el impacto de la música y el baile y cuadros humorísticos protagonizados por uno, dos o tres comediantes que -entre diálogos y monólogos- daban rienda suelta al humor y a la sátira, Daniel se apropió de este formato donde también apostó al enorme despliegue de vestuario y escenografía para darle forma a este mundo donde reinan las plumas y la purpurina.

Ampliando su experiencia con estos códigos escénicos, en 2017 produjo “Atrevidas”: otro mega show donde el concepto general que unificaba todas las secuencias coreográficas, musicales y humorísticas era la “osadía femenina”, eran esas mujeres valientes que pelearon contra todo y todos para salir adelante en la vida. Y los maragatos volvieron a acompañarlo en boletería: “ahora la gente apoya más a los espectáculos locales; antes sólo iba si las obras eran gratis. Cuando nosotros empezamos a cobrar la gente nos miraba raro. Hoy en día se valora más lo que hacen los artistas de acá”, reflexionaba en esos días.

En 2019 presentó dos obras cortas (“Acantilado de los difuntos” y “Luna de miel con mi suegra”) y otra revista, “Incomparable”, con unos 15 actores, bailarines y cantantes. Esta fue su última producción.

A principios de 2020 había sido internado en el Hospital por sufrir un cuadro neuronal degenerativo progresivo que limitaba su capacidad para movilizarse y comunicarse. Los meses posteriores a diagnosticarse su enfermedad los pasó en una casa de salud.

Al confirmarse su muerte el pasado lunes (no hubo sepelio), pensé en cómo deberíamos recordarlo. Una definición que le haría justicia sería: fue uno de los grandes emprendedores, intuitivos y optimistas del teatro maragato.

Con la formación adquirida en la Escuela de Arte Escénico de Casa de la Cultura, intuición y mucha audacia, Daniel materializó varios shows inéditos en la cartelera de San José que -además de llevar una cantidad de espectadores infrecuente- generaron decenas de fuentes de trabajo para artistas y técnicos. Proyectos que por lo numeroso de sus elencos y lo ambicioso de su despliegue visual parecían –en lo previo- un delirio impracticable. Sin embargo, y ahí está la virtud de su visión, no sólo los hizo posibles tal y cómo los había imaginado sino que el público (dejando de lado el histórico prejuicio de que en San José no se puede ser ambicioso y mucho menos cobrar entrada) solía agotar las funciones en el Macció, que fue el escenario elegido para hacer realidad lo que tanto anhelaba: entregarse a la ovación de la platea una vez finalizada la actuación. Ese era su momento. Que Daniel quisiera ser reconocido y ansiara el aplauso para sentirse vital, no nos puede resultar extraño. El artista popular (sea de donde sea) es lo que busca y necesita para vivir… Y desde ahora para ser recordado: “conmigo el público de San José nunca ha sido frío. En ese sentido no me puedo quejar, la gente siempre me acompañó.”

Nota publicada en el diario Primera Hora
Foto: videoclip «La Octava – Que Digan Lo Que Quieran»

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